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domingo, julio 26, 2009



26/07/09

B. ha estudiado todas las maneras de vivir sin el cuadrado de su inicial. Ha elevado a la enésima potencia los verbos recordar, borrar, andar, redescubrir y reconquistar; los ha centrifugado y ha teñido varias camisetas con el programa D de la lavadora. Ha olvidado los colores –dice que los matices ya no importan- y se ha decidido a borrarte del todo. Para ello, ha cerrado un millón de horas tarde todas las puertas para seguir por otro camino. Pero le da rabia que vivas y revivas y reconquistes en su escenario. Sobre sus pasos y sobre su vida. Te odia, dice, porque tú te quedaras y la borraras. Te odia, dice, porque es más fácil odiar que querer, cuando no se encuentra en tus ojos. Dice que es más fácil –he intentado quitárselo de la cabeza pero se niega- hacer como que no existes que quererte sin que la entiendas. Y repite que ya lo sabía, que la olvidarías sin remedio, como hiciste otras veces. Y que sangra todavía. El otro día tuve que recoger sus pedazos en el andén, rota y rodeada de bolsas con recuerdos que los dos tocasteis. “Huele a cerrado, a la cera con la que embalsaman los cadáveres, apesta”, gritaba a trompicones, llorando sin parar y golpeando la máquina de billetes. Le pedí que se calmara, que tenía tiempo de sobra y luz a raudales para empezar de nuevo. No quiere escucharme. Dice que los días de más luz aquí también duelen, porque el azul le recuerda al único viaje que hicisteis juntos. La veo más calmada, respira, es más creativa, pero me manda decirte que te tienes que ir del todo. Que no puedes volver, y reírte como si jamás te hubiera querido gritar con los labios cerrados que la estabas enterrando en vida. Y que aún le dueles.


tú.

Tú querías vivir.
A tu manera.
Pero buscabas brújulas por miedo.
Aunque te reafirmabas con las artes marciales.
Y con las letras.
Buscaste un compás y te topaste conmigo a la salida de la biblioteca nacional.
Buscabas una brújula con ansia.
Cada noche por los tejados.
Un gato que decidió hace 267 noches escapar por el tejado cuando nadie le veía.
Y yo lo veía venir.
Pero dejé que me dejaras.
Me perdí entre el alcohol y la cocaína para que me vieras besar a otros.
Pero no quisiste quedarte conmigo.
Dices que me ensoñaste cuando cruzabas de noche el río.
No te creo.
Te dije que me olvidarías tan rápido como siempre olvidas.
Odio no haberme equivocado.
Aparecí yo, un compás de espirales caprichosas.
¿Y caprichosa yo?
Sí. Caprichosa yo, que te pedía
que me quisieras siempre. Siempre era demasiado tiempo para un cobarde como tú


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martes, julio 21, 2009


EMPEZÓ CON UN AUTÓGRAFO DE ISABEL COIXET.

VINISTE A BUSCARME TÚ. YO NI SIQUIERA QUERÍA UN NOVIO. NI UN AMANTE. NI EMBARCARME EN AQUELLA RELACIÓN. PERO TÚ VINISTE A BUSCARME, TÚ ME OBLIGASTE A SALIR AQUELLA TARDE DE INVIERNO, A PESAR DEL FRÍO.

Y PASEASTE CONMIGO BAJO LA LLUVIA... Y, EN FIN, ME CONVENCISTE DE QUE TENÍAMOS QUE ESTAR JUNTOS.


Y YO TE QUISE PORQUE SÍ. PORQUE LOS DOS NOS NECESITÁBAMOS Y QUERÍAMOS ESTAR SIEMPRE JUNTOS.

Y DESPUÉS YA TODO SE CONSTRUYÓ CON LETRAS Y BESOS Y MÁS PACIENCIA.
HASTA QUE SE ACABÓ LA PACIENCIA, DESAPARECIERON LAS LETRAS. Y LOS BESOS.

Y UN DÍA SOÑÉ QUE DEJABA DE ENCONTRARME EN TUS OJOS
Y ASÍ FUE.

DEJASTE DE MIRARME

YA NO HAY NI RASTRO


B. lloró durante todo el trayecto de ida. Lloró en la vuelta y escondió sus ojos mojados detrás de unas gafas gigantes. Se había sentado en el tren de espaldas, para ver pasar la vida por los raíles, pero en otra dirección, para intentar mirar en todas las direcciones posibles, para poder salir de ese reloj parado que la envolvía. Pasaban los trenes, la gente los perdía y otros tantos esperaban el pico en Pitis. Pero esto era otra historia. Se solía sentar en el vagón donde más daba el sol. Solía hacerlo cuando él la acompañaba los fines de semana a casa, porque habían dormido juntos. Todos, absolutamente todos los motivos que tenía esa ciudad, le traían sus ojos. Sus manos, su pelo. Y ella sabía que en menos de media hora estaría sentada a su lado y no podría tocarle. No podría tenerle y no podría quererle. Él, haría vida tranquilo, muy tranquilo, totalmente ajeno a su dolor, totalmente ajeno a todo aquello que le había hecho pasar durante tanto tiempo. Y él, tan ajeno, apareció con varias bolsas. B. se sorprendió: "No sabía que traerías tantas cosas". Pero sí, media vida en bolsas del aeropuerto, ese al que sólo fueron una vez. Aquel rastrillo de trozos de muerte, trajo recuerdos, muertos a la mente de B., como cuando le esperaba en Tirso de Molina, subida a un pivote para que él la cogiera en brazos. A B. le encantaba que la elevara por los aires, como una princesa. Y le encantaba cómo olía su pelo, y le encantaba que le quisiera. Pero él ya no la quería. Y apareció con retazos de muerte seca, e hizo de su vuelta un tanatorio.
No desvistió su alma a plazos. Simplemente se dejó llevar. Por otras manos, por otras caderas.
No la desvistió porque la dejó tan expuesta y tan desnuda que tenía una armadura alrededor. B., simplemente, se quedó sola.
Sin poder elevar al cuadrado su nombre y sin saber querer.
Aquella tarde de julio, B. le miró, le miró con miedo, con miedo a ella y con miedo a poder hacerse daño. En definitiva, temblaba. B. temblaba como una hoja porque quería besarle y él ya no quería quererla. Y era así, así de simple y así de triste.
Se despidieron con un abrazo que a ella le clavó cien mil trescientas estacas pequeñas por debajo de las uñas, y en los ojos, porque el corazón lo tenía completamente rasgado.


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lunes, julio 20, 2009


Ayer tuve una pesadilla: se había parado el reloj 6.984 horas. Sumaban 41 semanas y nada había cambiado entre aquel día frío de noviembre, con chaquetas de pana y faldas bonitas y aquel bochornoso mes de julio asfixiante en Madrid. Todo seguía igual: su sonrisa, sus ojos, sus manos... Todo menos las despedidas y los abrazos. Los abrazos flojos, desganados y sinsentido dolían más pisar por error cristales en el asfalto... Dolía. Duele todavía. Porque todavía late, y porque él hace mucho que da cuerda a su vida sin contar conmigo.


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sábado, julio 11, 2009


Perdí magia en algún momento del camino. En el mismo en que dejé de leer. Quizá exactamente el mismo en que el tiempo se paró de pronto porque nos dejamos ir y no quisimos cambiar nada. O no pudimos. A medida que íbamos cumpliendo años, los aniversarios de los meses iban dejando de importar, y también aquellas semanas en que decidimos no querer querernos más, y nos enfadábamos, y nos moríamos por dentro por vivir las primeras broncas de nuestra relación en tres años. Yo perdí magia; dejé de cantarte, dejé de querer. Y dejé de querer querer a nadie. Paradójicamente, aún recuerdo con total nitidez los tejados de la Latina, los que se veían cuando me dejabas durmiendo y te ibas a trabajar, a hacer méritos, a pelearte con un trabajo que no era tu sueño, ni mucho menos, pero que mantenías por los dos. Recuerdo, como si ayer mismo pudiera haberla escrito, la nota en que te decía que te echaría de menos -también hoy- porque te estaba perdiendo. Y cada beso, cada gota de agua de nuestra ducha, ya no duele, pero ansía volver...