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martes, julio 12, 2005


si todo acabara esta noche


-él la mira y coge el volante con fuerza-

basta ya de juegos. vámonos de una vez. arranca el coche y conduce ¿Hacia dónde? Qué más da eso, tú arranca y no des la vuelta porque no me importa nada.

ahora no estaría sóla en casa con palabras asaltándome continuamente ¿qué puedo hacer si no puedo hacer nada? -los planetas: desorden mix2-

saltando 3 olas no ganas. te lo digo yo. No seas negativa, ganas siempre. arriesgando ganas siempre. te gastas mal carácter cuando el sol cae de lado. Es que no soporto que me de de frente, no aguanto no ver las cosas claras. Aunque a veces crees que las tienes en tu mano.

si a veces creo que tengo el mundo a mis pies. pero sólo es una ilusión. por eso, arranca, y tengamos la carretera bajo las ruedas, quémalas si hace falta, pero salgamos de aquí de una vez. me molesta el sol de cara. Olvidaste tus gafas de sol, toma éstas. Gracias. me van grandes, es una sensación agradable, siempre me han gustado las cosas grandes; solía ponerme su sudadera azul, de dickies, era super suave. Ya, pero ya no la tienes. ¡Y por suerte no la tengo! cualquier día nos hubiéramos matado en ese coche, cogía las curvas como si se tratara de un circuito. demasiada arrogancia para mis manos. no sé quién dejó escapar a quien. yo no me salí en la primera curva, pero acabé saliéndome antes de que perdiera el control del volante... tú acelera pero no dejes de mirar la carretera. (es una egoísta) ¿cómo has dicho? (egoísta) ah! pensé que me hablabas. No, no, sólo pensaba. Ah bien. pensar está bien


(me gustan sus ojos claros) -ahora habla ella-
no deberías achinar los ojos tanto, no se te ven. Ya, bueno -sonríe él- ya sabes, no puedo evitarlo, son manías. Pues deberías aprender a diferenciar lo que te hace bien de lo que no te compensa (yo no te hago feliz y no deberías seguir fingiendo). ¿Decías algo? En absoluto, sólo pensaba - retira su flequillo de la cara y mira el retrovisor de soslayo, mientras se muerde el labio- ¿te pasa algo? (es inequívoco cuando se muerde el labio, como intentando dar un punto a las palabras que después de todo, nunca oiré) no... bueno sí. para el coche. Qué dices?! no puedo parar aquí, en mitad de la autopista, estás loca o qué? Pues deberías.

-se orilló como pudo en el arcén y frenó en seco-

¿me quieres
decir qué pasa? salimos de madrid sin darme ninguna explicación, te escucho siempre, te aconsejo, lloras en mi sofá y ahora quieres que nos matemos? no, sólo quiero decirte que deberías mandarme a la mierda. Cómo has dicho? lo que oyes, que deberías abrir la puerta y pedirme que me baje. ¿de qué coño estás hablando? de nosotros, no podemos seguir por esta carretera sin rumbo alguno, porque no puedes hacer todo lo que yo te pida. ¿a qué viene esto? A que no merezco ni la mitad de tu tiempo ni tu energía.

-ambos bajaron la vista a sus pies, sabían que aquello estaba acabando, y que sería para siempre. nunca se dijeron lo que pensaban en realidad, que querían ir juntos a la playa a dibujar letras en la arena, y brindar de madrugada, una y cientos de miles más... -

el universo estallaba en ese preciso instante. eran las 11:55 de la mañana




cómo describir sonidos


de todas las cosas que se me ocurren si me paro a pensarlo, se me viene a la cabeza el sonido que hacen las conchas y las piedrecitas cuando las olas pasan sobre y entre ellas una y otra vez; puede parecer una cursilada, pero en fin, se me viene a la cabeza.

digamos que chispeaba; no estamos hablando de una lluvia demasiado brusca -aunque yo nunca he considerado que la lluvia pueda serlo en modo alguno, salvo en circunstancias límite, y aún y todo, desprendiendo su parte correspondiente de tragedia, puede resultar incluso bonito- son esas pequeñas rallitas de agua que algunos llaman calabobos, otros chirimiri... en cualquier caso, la lluvia tímida que resulta lo suficientemente agradable para que combinada con el paseo adecuado se haga imprescindible casi.

y las olas llegaban lentamente, a un ritmo escalonado, como alguien -pudiera ser esa mano invisible que controla las mareas- sabe hacer. Ese ente abstracto y enigmático que graba unas normas, sus leyes, que deja escritas en ese libro que nadie conoce y cuyas hojas sólo pueden leerse al trasluz -y cuando la luna está en el tercer día del cuarto menguante- (Y ni siquiera entonces queda muy claro quién tiene permiso o potestad para leerlas)

en cualquier caso, llovía, estábamos en la playa, perfilábamos la costa a fuerza de deslizar las plantas de nuestros pequeños pies por la línea inconstante que es la orilla... y pisábamos conchas, que muchas veces guardábamos, y al agacharnos para cogerlas, teníamos la tentación de escribir las letras de ciertos alfabetos ni muertos ni vivos, no al menos en este planeta que conocemos.

cuatro pies, y distinto ritmo, y la mente a la velocidad de la luz, en bypass... y mientras tanto, cada cual en su mundo. Yo en el mío, que a veces se contrae y se expande -queriendo abarcar más de lo que puede- sufre de inanición en ocasiones y otras muchas pierde nortes y renuncia a seguir peleando unas fuerzas con otras... son pensamientos que se entrecruzan, y entre averiguar por qué las conchas llegan siempre solas, de una a una y sin pareja a la orilla, y por qué las cogemos y mimamos como tesoros si en realidad son restos fúnebres -bellos, pero inertes- sólo me queda pensar por qué me gusta tanto escuchar cómo se arañan unas conchas contra otras cuando rompe una ola en la orilla.

¿quieren salir o quedarse allí dentro? ¿realmente se pelean con las mareas que las arrastran fuera del mar? ¿qué hacen allí fuera, qué ganan quedándose dentro? ...