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martes, julio 12, 2005


cómo describir sonidos


de todas las cosas que se me ocurren si me paro a pensarlo, se me viene a la cabeza el sonido que hacen las conchas y las piedrecitas cuando las olas pasan sobre y entre ellas una y otra vez; puede parecer una cursilada, pero en fin, se me viene a la cabeza.

digamos que chispeaba; no estamos hablando de una lluvia demasiado brusca -aunque yo nunca he considerado que la lluvia pueda serlo en modo alguno, salvo en circunstancias límite, y aún y todo, desprendiendo su parte correspondiente de tragedia, puede resultar incluso bonito- son esas pequeñas rallitas de agua que algunos llaman calabobos, otros chirimiri... en cualquier caso, la lluvia tímida que resulta lo suficientemente agradable para que combinada con el paseo adecuado se haga imprescindible casi.

y las olas llegaban lentamente, a un ritmo escalonado, como alguien -pudiera ser esa mano invisible que controla las mareas- sabe hacer. Ese ente abstracto y enigmático que graba unas normas, sus leyes, que deja escritas en ese libro que nadie conoce y cuyas hojas sólo pueden leerse al trasluz -y cuando la luna está en el tercer día del cuarto menguante- (Y ni siquiera entonces queda muy claro quién tiene permiso o potestad para leerlas)

en cualquier caso, llovía, estábamos en la playa, perfilábamos la costa a fuerza de deslizar las plantas de nuestros pequeños pies por la línea inconstante que es la orilla... y pisábamos conchas, que muchas veces guardábamos, y al agacharnos para cogerlas, teníamos la tentación de escribir las letras de ciertos alfabetos ni muertos ni vivos, no al menos en este planeta que conocemos.

cuatro pies, y distinto ritmo, y la mente a la velocidad de la luz, en bypass... y mientras tanto, cada cual en su mundo. Yo en el mío, que a veces se contrae y se expande -queriendo abarcar más de lo que puede- sufre de inanición en ocasiones y otras muchas pierde nortes y renuncia a seguir peleando unas fuerzas con otras... son pensamientos que se entrecruzan, y entre averiguar por qué las conchas llegan siempre solas, de una a una y sin pareja a la orilla, y por qué las cogemos y mimamos como tesoros si en realidad son restos fúnebres -bellos, pero inertes- sólo me queda pensar por qué me gusta tanto escuchar cómo se arañan unas conchas contra otras cuando rompe una ola en la orilla.

¿quieren salir o quedarse allí dentro? ¿realmente se pelean con las mareas que las arrastran fuera del mar? ¿qué hacen allí fuera, qué ganan quedándose dentro? ...



2 Comments:

Blogger V dijo...

En Galicia, a esa lluvia que comparte nuestra timidez endémica le llamamos orballo. Echo de menos algunos días de agosto en los que se puede disfrutar de una cálida noche de crapuleo frente al Atlántico y amanecer acurrucado en la arena, compartiendo un último cigarro, mientras el orballo morno te lava la cara y el viento oceánico desordena tus ideas.
Te invito a un café con hielo si me dices dónde y cuándo.

miércoles, julio 13, 2005 2:54:00 a. m.  
Blogger kay dijo...

el siguiente al mejor día de la semana, así ni te robo el mejor ni me quedo con el peor :)

jueves, julio 14, 2005 6:28:00 a. m.  

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