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sábado, julio 11, 2009


Perdí magia en algún momento del camino. En el mismo en que dejé de leer. Quizá exactamente el mismo en que el tiempo se paró de pronto porque nos dejamos ir y no quisimos cambiar nada. O no pudimos. A medida que íbamos cumpliendo años, los aniversarios de los meses iban dejando de importar, y también aquellas semanas en que decidimos no querer querernos más, y nos enfadábamos, y nos moríamos por dentro por vivir las primeras broncas de nuestra relación en tres años. Yo perdí magia; dejé de cantarte, dejé de querer. Y dejé de querer querer a nadie. Paradójicamente, aún recuerdo con total nitidez los tejados de la Latina, los que se veían cuando me dejabas durmiendo y te ibas a trabajar, a hacer méritos, a pelearte con un trabajo que no era tu sueño, ni mucho menos, pero que mantenías por los dos. Recuerdo, como si ayer mismo pudiera haberla escrito, la nota en que te decía que te echaría de menos -también hoy- porque te estaba perdiendo. Y cada beso, cada gota de agua de nuestra ducha, ya no duele, pero ansía volver...