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jueves, enero 26, 2006


Tenía los labios cortados por el frío. Y estaba ansiosa por escribir, por contar cosas con la mente limpia de apuntes. Realmente admiro que muchas páginas se llenen de letras en estos días.

Yo hoy creo que hice algo bueno, algo bueno por los andenes, por las calles llenas de luz y por las llamadas recibidas. Ah, además, creo que puedo seguir adelante en mi micromundo germano de Goethe, así que...


Me sangran los labios del frío que hace en Madrid estos días. Y lo que más me preocupa es lo mucho que me estoy preocupando de mí, de mí hoy, y de lo poco que me fijo en el resto. No sólo en la gente que está cerca o a la que quiero, sino que me estoy perdiendo los detalles de cada día, y creo que debiera haber tiempo para todo. En realidad, sigo pensando en ti cuando el 27 me lleva desde el Instituto a Recoletos, y paso por Colón y por la Biblioteca Nacional. Es justo en el trayecto de la parada del 27 en Colón, la segunda, hasta la boca de cercanías de la Biblioteca, es justo ahí el único momento que valoro. Pero no me fijo tampoco en los transeúntes. Tampoco antes, en realidad. Pero me gusta, y sabes por qué? Porque hoy, cuando no pienso en nada ni en nadie, sólo en mí y en mi profesora de d.s.i, y en mis apuntes, y en los subrayados de colores, he caído en la cuenta de que siempre que golpeo con las suelas ese tramo semiajardinado, suenan los planetas. Y siempre, desde que te conocí, y justo el día en que te vi allí por primera vez, suenan ellos en mi reproductor verde.